sábado, 19 de enero de 2008

El laberinto español

Probablemente no exista un tema de discusión más delicado que el de la guerra civil española. Cuando se habla de este asunto en cualquier foro de debate, ya sea familiar, educativo o de cualquier otro rango, es muy difícil, por no decir imposible, que no surjan enseguida las pasiones personales de cada uno de los contertulios. Todo el mundo, exceptuando quizás las generaciones que rondan actualmente los veinte años, recuerda con dolor algún episodio relacionado con aquella tragedia nacional.

Es muy complicado dejar a un lado los sentimientos propios, olvidarse de la situación que vivieron nuestros abuelos, o incluso nuestros padres, en uno y otro bando. Se cuentan historias de represalias, de muertes, de paseíllos, de ejecuciones arbitrarias, de quema de iglesias, de castigos ejemplares, que ponen ciertamente los pelos de punta si las comparamos con un punto de vista actual. Me inquieta mucho la desazón que producen las personas ancianas cuando evitan hablar del tema, bajando los ojos, con gesto huraño, como si el recordar les produjera un dolor irreparable, como sin duda ocurre en la mayoría de los casos. Resulta imposible, y alguna vez se me ha presentado el caso, que dos personas de distinto bando y de cierta edad, se pongan de acuerdo en hablar desapasionadamente de lo que no deja de ser una vergonzosa guerra fratricida, en la que los españoles nos despellejábamos mientras el mundo nos miraba como si estuviera viendo una corrida de toros, al tiempo que alimentaba en cierto modo, con armas o con hombres, el bando que le interesara. Resulta imposible, decía, juntar a dos personas de distinto bando que no acaben, en menos de cinco minutos, arrojándose mutuamente los muertos, despotricando contra el vecino de izquierdas o de derechas que le robó el negocio o la mujer, o lamentándose de los años de hambre y penurias de todo tipo que sacudieron al país después del conflicto, años de posguerra que para la mayoría de los ancianos “fueron mucho peores que la propia guerra”. Uno asiste entristecido a la narración de esa historias de dolor y tragedia, y al final, casi indefectiblemente, esos ancianos llegan siempre a la misma conclusión: “Y antes de la guerra se vivía una situación muy parecida a la de ahora”, y es entonces cuando el pánico se apodera de los que escuchamos al anciano de turno.

¿Sería posible repetir hoy en día un conflicto de esas características?. ¿Tan poco hemos aprendido o evolucionado los españoles como para volver a entregarnos a la locura y a la muerte por una motivación simplemente política?. Cuesta muchísimo creer que en una situación económica y cultural como la actual pudiera volver a producirse un conflicto, pero no cabe duda de que, escuchando ciertos programas mediáticos de uno y otro signo, y sobre todo a la gente que llama algunas veces para dar su opinión, existen todavía muchos odios sin cicatrizar a los que probablemente no les importaría embarcar al país en una macabra aventura destinada únicamente a la revancha y al afán de exterminio del contrario que caracterizó la guerra de 1936. Podría pensarse también que las nuevas generaciones no conocen tan de cerca el horror como para que no les importara embarcarse de nuevo en el. Unos cuantos agitadores de la locura podrían provocar una catarsis de odio hacia cualquier cosa que les pareciera. ¿Resultaría tan sencillo?. Espero que no. Creo que algo hemos aprendido desde entonces, y que no merecería la pena perder la vida por una idea.

Dado que por el momento resulta imposible la discusión desapasionada sobre el tema con los personas a las que el conflicto tocó de una manera más directa, que como ya he dicho fueron todas las personas mayores de sesenta años, y que resulta imposible que alguien nos explique las motivaciones que llevaron a eso, a los que nos pica la curiosidad no nos queda más remedio que acudir a la letra impresa. En este sentido tampoco tenemos mucha suerte. La gran mayoría de los historiadores nacionales están también marcados con el signo del compromiso, y a pesar de que juran y perjuran que su visión es la más objetiva, no os lo creáis, porque es simplemente mentira. Yo he leído bastantes libros sobre el tema, y todos acaban resultando auténticas soflamas panfletarias de uno u otro signo. Es posible que haya alguno medianamente desapasionado, pero yo no le conozco. No quiero dar nombres, pero si os interesa el tema, sabeis que hay muchos, muy vendidos, además, cuyo testimonio acaba siendo un panegírico del bando nacional, del bando republicano, o de personajes concretos de uno y otro lado.

En este sentido, reconozco que el único libro que me explicó de una forma clara los antecedentes y motivaciones de tan vergonzoso conflicto, fue “El laberinto español”, escrito por Gerald Brenan en 1960 y publicado en castellano por primera vez en París, en la editorial Ruedo ibérico, en 1962. Tengo la inmensa fortuna de poseer un auténtico incunable de esta joya, publicado en 1977 por Ibérica de Ediciones y Publicaciones, en una colección titulada precisamente “Libros de Ruedo Ibérico”.

Gerald Brenan fue un enamorado de España. Vivió en Málaga durante casi veinte años antes del conflicto, siguió aquí una temporada cuando empezó este, y después completó su información en la Biblioteca del Museo Británico para escribir esta obra maestra. Gran pensador, ágil conversador y magnífica persona, Brenan se convirtió en rebelde desde su más tierna infancia. Luchó desde muy joven con el encorsetamiento al que le sometía el opresivo ambiente victoriano de la Inglaterra de principios de siglo. Vivió en Sudáfrica y la india, y sufrió la rigidez del sistema educativo británico de alto copete. Para escapar de todo aquello, montó una farsa, disfrazándose incluso, y se dedicó a viajar por Francia, Italia y Dalmacia, a la búsqueda del alma del ser humano. Participó después en la Primera Guerra Mundial, y si bien al principio veía el conflicto desde un punto de vista romántico, bien pronto su inocencia fue cediendo su espacio al horror. Es después de este triste episodio cuando llega a España y vive en Yegen, un pueblo de la alpujarra malagueña. Fascinado por el país y sus gentes, Brenan anotaba minuciosamente todo lo que le rodeaba. El folclore, las costumbres, las palabras, los gestos, el ruido, el trajín...Demostrando con ello un gran amor y fascinación por el modo de vida hispánico. Tanto es así, que se instaló definitivamente en España hasta su muerte, en 1987. Todas estas vivencias se narran en otros dos libros, indispensables en la biblioteca de los que aman a los que aman a España, y que posiblemente sean objeto de una próxima entrada en este blog. Los libros son “Una vida propia” y “Al sur de Granada”, inspiración esta última de una reciente película que no le hace nada de justicia al libro. Estos libros nos dicen que el personaje en cuestión es tanto o más interesante que lo que escribe.

No quiero extenderme más. Dejemos que hable Brenan en algunos pasajes de su obra “El laberinto español”:

- Además, cuando se trata de una iglesia católica, tiene una cierta capacidad insospechada de resurgimiento y expansión, porque puede dar algo que la gente busca con afán en tiempos difíciles. Esto es especialmente cierto en España, donde una mentalidad destructiva y escéptica va unida, a menudo en la misma persona, a un ansia profunda de fe y certeza.
- Es cierto que una iglesia tan rígida e intransigente como la española no se concibe en Francia o Italia. Pero, ¿acaso no sucede así con casi todos los grupos e instituciones españolas?. Los españoles que con más fuerza se oponen a ella -los intelectuales y los liberales- son precisamente los que desean que su patria sea más europea.
- Me siento más inquieto ante la insensata actitud de los republicanos al atacar a la iglesia, descuidar el problema agrario y sobreestimar en general sus propias fuerzas.
- Pero los jefes nacionalistas, deslumbrados por la Alemania nazi, no se conformaban sino con una victoria total por aniquilamiento de sus enemigos, y sus seguidores, que en todo caso no podían elegir, estaban atemorizados. El resultado fue una guerra civil que ha arruinado a España para medio siglo.
- Y ocurre que esta dificultad se ha visto acentuada, o incluso causada, por el hecho de que Castilla, que por su posición geográfica y por su historia representa la tradición centralizadora, es una meseta desnuda, pobre en agricultura, en recursos minerales y en industria. Las provincias marítimas son mucho más ricas y más industriales. De esta manera, aunque solo Castilla puede mantener unida a España –pues es impensable una España gobernada desde Barcelona, Bilbao o Sevilla-, los castellanos carecen de dinamismo industrial y comercial para dar al país una eficaz organización económica. Su actitud es militar y autoritaria, y las provincias más ricas e industriales han comprendido pronto que, mientras estén gobernadas por Castilla, no solo se sacrificarán sus libertades locales, sino también sus intereses económicos.
- Los españoles han conservado un tipo de vida que era corriente en la Edad Media y en la Antigüedad, pero que han perdido los hombres modernos, hijos de familias pequeñas y de sociedades difusas. La mayor parte de las cualidades que admiramos en ellos se explican así. Su fuerza e independencia de carácter, su reacción rápida y completa ante cualquier situación social, su integridad emotiva, su don de palabras –y también, hay que decirlo, su crónica indisciplina-, son todas ellas características debidas a que los españoles han continuado viviendo la intensa vida de la ciudad-estado griega, de la tribu árabe o del municipio medieval. La tertulia y el café ocupan el lugar del ágora. La política es municipal o tribal, y es auténtica política en el sentido de que quien pierde, paga. Así se explica la agudeza política que sorprende incluso al más superficial observador de los españoles, pero así se explica también su ineficacia. Aun las mejores cabezas rara vez logran escapar de la red de sus relaciones personales para dominar la escena a su alrededor. Las mismas causas que han hecho de los españoles el pueblo más vigoroso y humano de Europa, les han condenado a largas etapas de estancamiento político y de inoperancia.
- España es una miniatura de Europa, y los españoles tienen gran apego al poder.
- Es sobre todo la incapacidad de las clases dirigentes para gobernar honradamente, o para conceder la más mínima atención a las quejas contra ellas que desde las provincias clamaban al cielo, lo que ha hecho de España el país clásico de las insurrecciones.
- Cuando se envidiaba a los ricos (y los españoles son un pueblo muy envidioso), ello significaba casi tanto el deseo de rebajarlos como el de elevarse hasta ellos.
- Yo no sé a donde vamos, pero sé que, doquiera que vayamos, perderemos nuestro camino (frase de Sagasta)
- Se diría, para terminar, que aunque los españoles tienen ingenio, capacidad y medios suficientes para restaurar su país, no lograrán hacerlo, y aunque enteramente capaces de salvar su estado, no lo salvarán, porque les falta voluntad de hacerlo (frase de Sebastiano Foscarini)
- Son españoles los que no pueden ser otra cosa (frase de Canovas)
- Pero este tipo de injusticia no venía a ser otra cosa que un síntoma de un mal mucho más general aún: la corrupción de todas las clases de la sociedad. En el mundo presidido por aquella política, todos, con la excepción de algunos políticos preeminentes que no manifestaban por lo demás la más mínima repugnancia en vivir sobre la corrupción de los demás, todo el mundo estaba cortado por el mismo patrón. El propio Canovas otorgó, en el espacio de cinco años, no menos de mil doscientos títulos y condecoraciones nobiliarias. Su lugarteniente, Romero Robledo (que como ministro de la gobernación fue el organizador del sistema caciquil), en una ocasión se adjudicó 282.000 pesetas para trabajos de irrigación en terrenos de su propiedad. No solamente abundaban las defraudaciones, más o menos legalizadas en los municipios, sino que se consideraba una traición el denunciarlas. Así sucedió cuando un hombre honesto y desinteresado, el marqués de Cabriñana, denunció los notorios escándalos del Ayuntamiento de Madrid; no solo fue condenado por difamación, sino que la totalidad de las familias aristocráticas, algunas de las cuales participaban en tales fraudes, rompieron con el toda relación personal.
- Hablar de la pereza del español sin explicarla equivale a no decir nada. El sistema de trabajo en toda sociedad queda determinado mucho menos por el proletariado que por las clases dirigentes. Donde la clase media es industriosa, el pueblo sabe como trabajar. Si conseguimos que trabajen las clases privilegiadas, habremos resuelto la clave del problema.

Bueno, prefiero no seguir, porque esta entrada podría durar demasiado. Creo que lo elegido vale perfectamente como presentación a lo que os espera cuando os sumerjáis de lleno en “El laberinto español”, si es que lo encontráis, porque esa es otra. Por alguna extraña razón que se me escapa, el libro ha desaparecido por completo de las estanterías.

He colocado pasajes básicamente de la presentación a las dos ediciones y unos pocos del principio. Imaginaos lo que podéis encontrar si profundizáis un poco más.

Una inquietud. Esto se escribió allá por los sesenta, y reflejando situaciones anteriores a la guerra civil. ¿No os parece que todavía tiene una vigencia espectacular?.

Hasta la próxima entrada.

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